Escritura, Sólo Mamás

Cuando la mamá hace el berrinche: Mamás y el síndrome de la olla a presión

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Perdí mi osito favorito y mi mamá fue la que hizo el berrinche. Estas serían las palabras de Eva después del severo “Melt Down” que sufrí el fin de semana pasado cuando Rupert, su oso de peluche favorito o como lo llamarían los psicólogos, su objeto de transición, desapareció como si se lo hubiese tragado la tierra. Fueron más de 24 horas en ese estado de demencia temporal, lágrimas, gritos y al final algo de reflexión, hasta que Rupert finalmente apareció así como se perdió: por arte de magia. Me queda la experiencia y la absoluta convicción de que las mamás, claro está de diferentes formas y en diferentes circunstancias, sufrimos de algo que he llamado Síndrome de la Olla a Presión. Ese cataclismo que se genera gracias a una serie de eventos que nos producen una gran ansiedad, que ejercen sin que lo notemos una enorme presión, y que de un momento a otro, de manera intempestiva estalla gracias a algún acto aleatorio. Puede ser como en mi caso, la pérdida de un oso, o cuando alguien toma su espacio en el estacionamiento, o simplemente pasó una mosca o se le partió la uña y es ahí cuando se arma la de Troya.

Esa avalancha de emociones acumulada y que no hemos sabido expresar estalla con fuerza, se lleva lo que sea a su paso. La mamá deja de ser un ser racional y se convierte en Momzilla.

Ahora con un poco más de calma y viendo lo que pasó en retrospectiva entiendo por qué me sucedió. Tras mi mudanza hace unos meses a una nueva ciudad, me sentía sola, agobiada y aislada de ese grupo de personas que toda mamá necesita como soporte en su difícil tarea de ser y hacer a todos los suyos felices. En medio de mi agobio que no había notado hasta ese momento, no lo pensé dos veces y aún sabiendo que mi vehículo necesitaba una reparación, armé un viaje de 6 horas por tierra desde Jacksonville hasta Atlanta, sola con una niña de casi cinco años y un niño de 2.

A la mitad del camino ya me estaba arrepintiendo. Mientras conducía y oía el llanto de mi hijo y las quejas de mi hija, pensé: -¿Qué demonios hice? Pero no podía dar marcha atrás. Llegué después de casi ocho horas, claro porque tuve que parar por lo menos unas cinco veces, una de ellas en una estación de gasolina en medio de la nada y en donde perfectamente podía haberse filmado el rodaje de alguna de esas películas de Halloween, con tipos malos y hachas que descuartizan a la gente…

Decidí que iba a dejar el agobiante viaje por carretera atrás y relajarme un rato. Salí con algunas amigas y me tomé más cocteles de los que había planeado. Segundo gran error, porque al otro día sentía que no podía con mi alma. Dejé mi vehículo reparándose y me dispuse a verme con otras amigas. Cuando planeé el viaje en mi mente, estaba yo sentada relajándome y hablando con ellas poniéndonos al tanto de nuestras vidas. Se me olvidó el pequeño detalle que Erik a sus dos años es el mico explorador de Dora, y cuya fijación por las escaleras en casa ajena hasta ahora está aflorando. Así que durante tres horas y media en las que perfectamente pude haberme puesto una faja termo-reductora para aprovechar la situación, estuve subiendo y bajando escaleras, tan agobiada y cansada que olvidé por completo si Eva traía o no a su oso de peluche. Ese que cuidamos todos en la familia como si fuera otro miembro más, el intocable. Ya entrada la noche, y con mi vehículo supuestamente reparado, la cosa fue mejorando y pudimos relajarnos al calor de unos vinos y una buena conversación mientras los niños jugaban. Al final, cuando descubrí que el oso había desaparecido, sentí una sensación que no puedo describir, salvo como un corrientazo por dentro que me heló y me calentó la sangre de pies a cabeza en cuestión de minutos. Busqué el oso hasta que no pude más. Al día siguiente fue lo mismo. Todo giró en torno de la búsqueda del oso, y entre más pasaban las horas más subía mi agobio. Pero tenía que seguir con mis planes. Así que otra vez agarré mis niños y me fui a casa de otra amiga y en medio de la carretera se me dañó el carro y me dejó varada. Fue entonces cuando confirmé que mi viaje había sido un gran error, por lo menos de la manera en como lo hice. Ahí dejé salir a Momzilla, porque Paola ya no podía más. Afortunadamente, no sucedió nada más grave y mis hijos estaban bien, pero yo me sentía completamente miserable.

Frustrada y llena de enojo conmigo misma por haber hecho el dichoso viaje, entendí que el oso tal vez era más importante para mi de lo que pensaba. Entendí que era la representación de esos primeros cinco años de mi hija, que era con lo que yo me aferraba a su infancia que se me está yendo de prisa, el recuerdo de esos años en donde todo era un poco más llevadero. El viaje así mismo, fue la manera de sentirme nuevamente en ese pasado que ya no tenía, rodeada de gente conocida, ese pasado que añoraba y al cual quería aferrarme a como diera lugar porque en mi nueva vida me sentía deprimida y sola y no había tenido el valor para reconocerlo y por ende, enfrentarlo. Darme cuenta de todo ello me llenó de una infinita tristeza. De ver que había cometido error tras error desde el momento en que decidí viajar sola con mis hijos pequeños solo por un capricho. Fue un día en donde me sentí completamente desgastada física y mentalmente por todo lo que estaba sucediendo en mi interior. Al día siguiente todo comenzó a aclararse. El oso apareció, el vehículo se arregló y yo por fin pude volver a casa. Esta vez, contenta porque a pesar de todo, el viaje me sirvió para comprender que vaya a donde vaya tal vez no tendré a esas amigas de cuerpo presente pero las que de verdad me quieren están a una llamada de distancia y las tendré cuando las necesite. Entendí que tengo que dejar que mis hijos crezcan sin procurar evitarles todas las lágrimas porque es imposible. Debo en lugar de ello ser fuerte para ellos cuando sientan el dolor de una pérdida o una decepción. Entendí que aunque mi esposo es mi compañero de equipo, necesito encontrar la manera de acercarme más a él como pareja alejados de nuestro rol de papás mientras descubro cómo enfrentar mis momentos de soledad y encontrar a la mujer que perdí en el camino, sentirme nuevamente feliz con quien soy y como soy. Y la mejor lección, entendí que no tengo que ser, ni debo pretender ser perfecta. Soy humana, me equivoco y no tengo por qué avergonzarme. Por eso mismo, tampoco volveré a juzgar a esa mamá que grita en el supermercado, o a la que veo llorando en el cine, o armando escándalo en el centro comercial. Nadie sabe la historia que hay detrás de un llanto, o de un oso perdido…

 

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One thought on “Cuando la mamá hace el berrinche: Mamás y el síndrome de la olla a presión

  1. Alice says:

    A todas nos pasa a mi sucedió en París cuando después de q la aerolínea encontraba la reserva de toda mi familia, excepto la mía, me di cuenta q mi celular con todas las fotos de mi bebe se me había quedado en el taxi q nos llevo al aeropuerto, explote, perdí el control y compostura y la verdad me valió y me sigue valiendo pito lo que los demás pensaran, y gracias a Dios y la ayuda de algunos angelitos todo se soluciono.
    En la vida tenemos etapas en las q nos sentimos xq como tu dices nos aferramos al pasado pero a la vez nos enseña cual es la realidad de la vida, y para mi así como tu lo dices encuentro mas apoyo con la amiga q nunca veo pero con la q siempre hablo simplemente porque me conoce mejor y son necesidad de mucho entiende lo q siento.
    Pero en resumidas cuentas, ponle chip localizador a Rupert! Lol!!!!

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