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El padre de mis hijos

A nosotras nos enseñan desde chiquitas a ser mamás. Nuestros juguetes, las historias que nos cuentan y el mismo ejemplo de mamá y las mujeres que nos rodean nos enseñan que en algún punto de la vida la mayoría de nosotras será mamá. No lo digo yo, no lo inventé, es así ya sea por cultura, por tradición, por historia, por machismo, véanlo como quieran. Muchas tienen ese instinto maternal desde que nacen, a otras se les desarrolla con el tiempo, otras tienen que desarrollarlo por obligación y a otras sencillamente no se les da. Sea como sea, ser mamá es un tema que nos rodea desde que somos niñas.

De lo que no se nos habla mucho es de quién nos ayuda a convertirnos en madres. Hablo de la contraparte. Más allá de que hay un tipo que monta en un caballo y viene y rescata a la princesa, y vivieron felices, comieron perdices y tuvieron muchos hijos, no tenemos ni idea de quién es el personaje. O ¿quién carajos se sabe el nombre del esposo de Cenicienta? El personaje del príncipe azul es un N.N. es más, en las historias solo falta ponerlo en blanco y “usted inserte el nombre que quiera”. Luego crecemos y pasamos buena parte de nuestras vidas tratando de encontrar a nuestro propio príncipe azul. Dice el popular refrán que para encontrarlo hay que besar muchos sapos. Tampoco lo digo yo. En la adolescencia creamos dramas, nos rompen el corazón, lloramos mares y tenemos romances inocentes (o por lo menos en mis épocas, ahora la cosa está como diferente) pero son romances que nos marcan y que nos dan las primeras señales de lo que queremos y lo que no queremos en un hombre. Un poco más adultas nos metemos en problemas. Porque pensamos que nos las sabemos todas y que tenemos el mundo en nuestras manos. Y así vamos por el mundo probando las mieles y las amarguras del amor hasta que llega él. Desde apodos tales como “la media naranja” hasta “el peor es nada”, hablo de ese hombre que se convierte en el padre de nuestros hijos. A muchas les va bien, y es un amor que perdura toda la vida. Para otras la cosa se complica y el príncipe se convierte en sapo y se va. Pero igual sigue siendo papá.

En mi caso sigo feliz con ese hombre que es el padre de mis hijos. No lo conocí como en un cuento de hadas. Lo conocí como un “meet-cute” de una comedia romántica. Le podría pasar a Anne Hathaway haciendo de Paola Sur (déjenme reírme un rato). Ella parada con sus maletas, perdida y asustada en un país nuevo tratando de balbucear palabras en un idioma que medio conoce. Frustrada, llorando, enciende un cigarrillo y se sienta en una de sus maletas pensando en que cometió el error más grande su vida abandonando su país, su familia por un lugar desconocido. Pero una voz le pregunta qué le pasa y ella se voltea y lo ve. Ahí esta él con su cara de niño malo, sus ojos verdes y un acento que la deja intrigada. El error se convierte en oportunidad. Él le pide un cigarrillo y los dos sostienen una conversación absurda de cualquier cosa tratando de entenderse, pero sin imaginar que ese sería el comienzo de una relación que hoy por hoy lleva algo más de 10 años, varias mudanzas, un perro, un matrimonio de película, millones de peleas y reconciliaciones, viajes por el mundo, una hija y un bebé en camino, y siguen contando los momentos.

El padre de mis hijos no es un príncipe azul, ¡a Dios gracias!. Cuando fui creciendo jamás me imaginé que me iba a enamorar de un hombre menor que yo. Mucho menos que iba ser un hombre nacido al otro extremo del planeta (literalmente). Ha sido un hombre que ha crecido conmigo, con quien he compartido las cosas más dulces y amargas, y quien realmente es un compañero de verdad. Me protege y me rescata cuando lo necesito y yo hago lo mismo con él. Como a muchos hombres, la realización de haberse convertido en padre le llegó meses después de que tuvimos a Eva nuestra primera hija. Lo digo porque es diferente para ellos. Como ya lo he dicho, a nosotras la maternidad se nos inculca desde siempre. A ellos nadie les habla de ser padres. O por lo menos muy poco. Entonces cuando tienen ese bebé en brazos por primera vez, nosotras podemos ver realmente la fragilidad de un padre. Sus miedos se hacen evidentes ante nuestros ojos, aunque no ante el mundo. Y esa fragilidad lentamente se trasforma. Todo ese amor y ternura que un padre guarda y que le ha tocado guardarse porque a ellos eso es lo que les enseñan, de repente un día explota. Es allí cuando nace un padre. A partir de ese momento ese hombre no conoce nada más que el presente que debe labrar para poder darle un futuro a ese hijo que tiene brazos. Todo lo que hace y dice va en pro de ello.

Hay padres que hacen lo que pueden por ayudarnos a las mamás e involucrarse más con los hijos. Se ve hoy en día más que nunca, cómo muchos padres cambian pañales, ayudan en la casa etc. Pero la verdad es que ellos han sido víctimas de una cultura que ha trivializado la figura paterna y nosotras mismas ayudamos a esto. Una vez el príncipe azul se casa con la princesa, se dedica a trabajar para sostener el palacio. Y sin importar si la princesa hace lo mismo que él afuera trabajando o si se queda en la casa igual cuidando del palacio y de quienes lo ocupan, para él su labor es diferente. Y nosotras nos quedamos frustradas pensando en que las historias no nos dan el lugar que merecemos. Que el padre debería hacer más, sacrificarse más, dejar de hacer cosas como nos ha tocado hacerlo a nosotras. Sus cuerpos no cambian con la paternidad (salvo un poco más de prominente barriga en muchos casos), su estilo de vida es casi el mismo, pueden irse a viajes de negocios o placer sin sentimiento de culpa, permanecen tranquilos ante las situaciones cotidianas con los hijos, aportan soluciones simples y sencillas. Mientras tanto nosotras nos la pasamos días analizando cada cosa que sucede con nuestros hijos y entre princesas nos burlamos y criticamos lo que hacen nuestros maridos sin pensar que nosotras también hemos contribuído a esa imagen del papá inútil, aquel que sirve como un hijo extra. Y puede que en parte tengamos la razón pero también hemos dejado de reconocer lo que un padre hace diariamente por sus hijos.

Para mi no hay momento más dulce que el ver los ojos de mi hija brillar cuando llega papi. Ella sale corriendo, deja lo que está haciendo tirado y lo abraza. Muero de ternura cuando él intenta con la voz más desafinada posible cantarle una canción, o cuando sonríe orgulloso ante alguna nueva palabra que pronuncia Eva. Recuerdo por qué me enamoré de él cuando me ve cansada y me dice que me vaya a dormir y el se encarga de Eva toda una mañana, o cuando sabe que yo necesito verme con mis amigas y se ofrece a quedarse en casa. Sufro con él cuando por cosas de la vida las cosas no le salen bien y veo en sus ojos la tristeza de no poder darle a Eva el mundo aunque lo sueñe para ella. Lo amo más cada día cuando me acaricia mi creciente barriga y se llena de ilusión y miedo y me recuerda que falta poco para que nazca Erik, nuestro segundo hijo. Admiro al padre de mis hijos. Y eso hace que nuestra relación crezca y se afiance. ¿qué si desearía que él hiciera miles de cosas más? No lo voy a negar ¡claro que sí!. Y muy seguramente lo mismo piensa él de mi. Pero lo importante es entender que aquí ninguno de los dos llegó con un manual ni con las mejores lecciones. No porque nuestros padres no supieron dárnoslas, sino porque el ser madre o padre es una cosa que uno solo aprende a hacer cuando llega el momento de serlo. No hay cuentos de hadas ni nada semejante que nos lo pueda enseñar. Mientras tanto no solo celebraré el día del padre con mucho cariño, también intentaré comprender mejor al hombre del que me enamoré y a quien el destino puso en mi camino para ayudarme a convertirme en la mamá que soy.

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2 thoughts on “El padre de mis hijos

  1. B says:

    Q Linda columna!!! Feliz Día Del Padre pa I 🙂

  2. Ella Viviana says:

    Me encanto este articulo, por real, por sensible y porque esta lleno de amor y Fortaleza.
    Es tan cierto que el principe Azul no llega en un caballo y menos mal, porque si no donde se parquea al animal? jajajaja. Me identifico con tu historia de amor. Mi principe cubano, mi amor , mi hombre. Aunque no es el perfecto es el mio, el que amo y que llego tan inesperadamente con los pensamiento. Que vivan los hombres reales!

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